jueves, 21 de junio de 2018

Se puede ver el futuro, mira un ejemplo.



Nota de introducción.
En 1854, el presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envió una oferta al jefe Seattle de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Washington. A cambio, le prometió crear una “reserva” para el pueblo indígena.
Te sugiero prestar atención a la respuesta del jefe Seattle en 1855. No tiene desperdicio.

Respuesta del jefe indio Seattle dirigida al hombre blanco “y al futuro” en 1855

El gran jefe de Washington nos envía un mensaje comunicando que desea comprar nuestra tierra y nos manda palabras de hermandad y de buena voluntad. Agradecemos el gesto, sabemos que no necesita de nuestra amistad para lograr lo que quiere, Pero vamos a considerar su oferta, sabemos que de no hacerlo el hombre blanco nos arrebatará la tierra con sus armas de fuego tarde o temprano.

Estas son nuestras dudas: 

¿Quién puede comprar o vender el firmamento o el calor de la tierra? Esa idea es para
nosotros desconocida. Ni el frescor del aire nos pertenece, ni siquiera el brillo del agua es nuestro. ¿Cómo podría alguien comprarlo?


Cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada grano de arena en las orillas, la niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto y el sonido de su zumbido. Todo esto es sagrado en la memoria y sentir de mi pueblo.
La savia que fluye por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi pueblo.

Los muertos del hombre blanco olvidan la tierra en que nacieron cuando caminan entre las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca olvidan su tierra, pues es la madre los pieles rojas.
Somos una parte de la tierra y la tierra forma parte de nosotros. Nuestros hermanos son la flor perfumada, el venado, el caballo y el águila majestuosa. Son nuestros hermanos las escarpadas cumbres, los prados húmedos, el cuerpo
sudoroso del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma
familia.
Por todo esto, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía la carta de que quiere comprar las tierras en que habitamos, exige demasiado de nosotros. El Gran Jefe nos hace saber que nos concede un lugar donde vivir tranquilos entre nosotros. Él se convertiría en nuestro padre, y nosotros seríamos sus hijos. ¿Pero eso será posible algún día?
Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar esta tierra. Pero eso no es fácil porque esta tierra es sagrada para nosotros.
 
El agua cristalina que fluye por los riachuelos y corre por los ríos no es solo agua, representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas de los lagos narra los acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo y nuestros ancestros. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos, ellos sacian nuestra sed; portan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, también los suyos. Deberán dar a los ríos la bondad y respeto que le dedican a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para el hombre blanco una porción de tierra tiene el mismo valor que cualquier otra; es un forastero que llega en la noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, una vez conquistada prosigue su camino, dejando atrás las tumbas de sus antepasados sin ninguna preocupación. Roba de la tierra todo que sería de sus hijos y no le importa.
La tumba de su padre y el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que puedan ser comprados, saqueados y vendidos como carneros o adornos de colores. Su apetito devorará la tierra dejando tras de sí solo un desierto.
Nuestro modo de vida es diferente del suyo, yo no entiendo. Tal vez sea porque soy un piel roja, un salvaje, y por eso no comprendo.

No existe lugar silencioso en las ciudades del hombre blanco, en ningún lugar se puede escuchar el florecer en la primavera o el aleteo de un insecto.  Posiblemente sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo nada. El ruido parece insultar los oídos.

¿Qué esperar de la vida si un hombre no puede oír el sonido solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?

 Yo soy un hombre piel roja y nada entiendo. Los pieles rojas preferimos el susurro del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, purificado por la lluvia de la mañana o perfumado con el aroma que desprenden los pinos.
El aire tiene un valor incalculable para el piel roja, pues todos compartimos el mismo aire, el animal, el árbol, el hombre, todos compartimos el mismo aliento. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como un moribundo por muchos días, es insensible al hedor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer soplo de vida, también recibió sus últimos suspiros. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de los prados.

Vamos a meditar su oferta de comprar nuestra tierra. Si aceptamos, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo otra forma de vida. Vi un millar de búfalos pudriéndose en las praderas, el hombre blanco que los abatió con sus rifles desde un tren al pasar y dejó sus cuerpos abandonados. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, al que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.

¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales son exterminados, el hombre morirá de gran soledad de espíritu, lo que sucede con los animales pronto sucederá a los hombres. Todo está conectado.

Deben enseñar a sus jóvenes que el suelo que pisan es la ceniza de nuestros abuelos. Para que respeten la tierra, inculquen a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestros antepasados, solo así la podrán respetar. Enseñen a sus hijos como nosotros enseñamos a los nuestros, sepan que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se están escupiendo a sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Todo está unido entre sí.


Lo que ocurra con la tierra tendrá consecuencias sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que le hace al tejido, lo hace sobre sí mismo.


Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla con él, no puede evitar el destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros, el hombre blanco algún día descubrirá que nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que su Dios les pertenece, como desean poseer nuestra tierra; pero eso no es así, Él es el Dios de los hombres, y su compasión es igual para el piel roja como para el piel blanca.
Esta tierra es preciosa y quien desprecie está tierra desprecia a su creador. Los blancos también se extinguirán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus lechos y una noche aparecerán ahogados por sus propios desechos.

Cuando nos despojan de esta tierra caminan hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y que por alguna razón les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.

Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos por qué los búfalos deben ser exterminados, los caballos salvajes deben de ser todos domados, los rincones secretos del bosque son impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas nublada por hilos parlantes.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.